miércoles, 27 de enero de 2010

Capítulo 04: Noche de luna llena

Podéis descargar el archivo aquí

Noche de luna llena



El viento soplaba con fuerza allí arriba, colándose entre los recovecos artificiales de los edificios y callejuelas, y dándole a todo un aspecto invernal a pesar de la ya avanzada primavera. Las luces de la ciudad eran un batiburrilo de luces a lo lejos, que eclipsaba al ancho firmamento. Una solitaria gaviota, sorprendida por la noche, volaba rumbo a su guarida, graznando de cuando en vez.
Kohane se apartó el pelo de la cara a merced del viento con nerviosismo, mientras seguía con la mirada fija en el misterioso joven. Éste sonreía aún, en respuesta a la pregunta. Sus blancos dientes centellearon, amenazadores de algún modo.
Algo plateado se mecía adelante y atrás, golpeteando en su pecho, a causa del viento: un guardapelo plateado. Presentaba un diseño de filigranas y tallas entramadas, poseía una belleza misteriosa.
Kohane sacudió la cabeza, apartando la atención de aquellas nimiedades. Sintió el movimiento como si lo hubiera hecho otra persona. Se concentró en lo verdaderamente importante: el chico.
Mientras él seguía regodeándose misteriosamente, decidió poner sus ideas en orden. Lo primero del todo era: ¿Quién –o qué- era él? Le acababa de hacer la pregunta, y aún seguía esperando su respuesta.
¿Cómo había llegado allí?, se preguntó Kohane también. La respuesta era bastante fácil de adivinar, pero le costaba admitirlo. No había más entradas al balcón que la puerta que daba a su cuarto. Sin embargo, no había visto signos de haber forzado la puerta de la entrada al piso, por lo que no podía haber entrado por allí, a no ser que poseyera un juego de llaves.
De todas maneras, sólo se le ocurría aquella posibilidad. Se giró inconscientemente hacia la entrada de su habitación, y el chico siguió su mirada con cierto interés. Tragando saliva, trató de imaginárselo entrando en su casa, abriéndose paso hacia el balcón, pasando al lado de su cama, donde ella dormía, ajena a todo. Un escalofrío le recorrió la columna.
Mientras ella seguía cavilando, el joven dio señales de vida al fin.
Dio una palmada.
―Bueeeno... Ya está bien de pensamientos erráticos y preguntas absurdas, no tengo todo el tiempo del mundo ―le dirigió una mirada de soslayo, punzante y evaluadora, ante la sorpresa de Kohane. Parecía como si hubiera estado escuchando lo que pensaba, igual que si lo hubiera estado recitando en voz alta... ―y dado que no pareces en estado de hablar en estos momentos ―añadió―, hablaré yo ―concluyó, torciendo la boca en una media sonrisa.
Mientras hablaba, sus ojos no habían dejado de recorrer a Kohane evaluadoramente, con cierto interés. Había algo en aquellos ojos... que la fascinaba. Eran azules como el cielo en un día de verano, y sin embargo, no transmitían calidez alguna. En cambio, eran fríos y enigmáticos. Tenían una fuerza hipnotizante, que la invitaba a sumergirse en ellos...
Sacudió febrilmente la cabeza de nuevo, apartando la ensoñación. Y entonces, aquellos ojos volvieron a parecer normales y opacos.
Necesitaba estar a lo que tenía que estar, se dijo. Muy a su pesar, abandonó el rápido examen físico que había hecho. Había llegado a la conclusión de que era sumamente atractivo, pero no iba a permitir que eso la cegara.
El chico dio un paso al frente, y Kohane retrocedió, notando repentinamente cómo a sus venas volvía el miedo y la tensión del primer momento, que la habían abandonado temporalmente al experimentar aquel breve receso de calma. Con pánico, notó cómo su espalda daba con el frío acero de la balaustrada. No tenía a dónde ir: por detrás estaba el vacío, y delante él. Estaba acorralada.
Al joven no se le pasó por alto ese detalle.
―Vaya... ¿Tienes miedo? ―se lamentó, con un cierto deje sarcástico―. Y yo que pretendía mostrarme cortés ―chasqueó la lengua con disgusto poco fingido.
Las alas de Kohane brillaban con fuerza, desprendiendo un resplandor perlado, casi igual al que había experimentado en el ascensor. Un brillo similar le recorría todo el cuerpo, como una fina película de luz. Kohane se preguntó si, en esa ocasión, sería capaz de volar. Era una opción a considerar si quería encontrar un modo de escapar de allí, pues suponía que el chico no había venido precisamente a hacer una visita, pero no se atrevía a arriesgarse a caer al vacío, notando cómo el aire atravesaba inútilmente sus alas, una vez más. Por lo tanto, decidió buscar una solución alternativa.
El balcón era bastante estrecho, pero, si se movía hacia la derecha, lograría despejar el camino hacia la puerta de la habitación... Sin embargo, él enseguida se daría cuenta, y actuaría. Debía esperar el momento oportuno, debía despistarlo.
Tragó saliva, preparándose para actuar, algo que pocas veces en su vida había hecho.
―Oh, discúlpame por ser tan descortés ―dijo de repente, como si se acabara de dar cuenta ―. Aún no nos hemos presentado, Kohane ―le sonrió amablemente―. Me llamo Zero, es un placer.
Hizo una parodia de reverencia, para después perforarla burlonamente con aquella maravillosa mirada. Kohane se sentía atrapada por ella, y le costaba pensar cuando la miraba de aquel modo. Alzó la vista hacia el cielo, a pesar de lo peligroso que le parecía apartar la mirada del peligro. Pero tenía que dar una imagen despreocupada.
―Humm... Es un placer, supongo ―un gran tono desinteresado, si no fuera por que la voz se le quebró en la última sílaba.
Él se rió, en respuesta a su reacción, y a su mala interpretación.
―Tienes razón, un gran placer. Eres un ser muy interesante ―enfatizó la palabra ser―. Si se me permite, me gustaría decirte el motivo de mi visita ―Kohane se atrevió a mirarle a los ojos otra vez, pero enseguida apartó la mirada de nuevo: seguía mirándola igual―. Soy un trovador solitario que viene a cantarle a su amada.
―¿Perdón? ―soltó Kohane, patidifusa, olvidándose por un momento de su distracción.
―Es muy típico de los trovadores asomarse al balcón de su amada... ―continuó él, completamente convencido de lo que decía.
―Eso sería en la época medieval ―le atajó Kohane, cruzándose de brazos.
―No hay cabida al tiempo en el amor ―la contradijo él, y Kohane arqueó una ceja―. De acuerdo, tienes razón. De todas maneras, no es eso a lo que he venido ―de repente adoptó una pose diferente, peligrosa. Kohane se puso en guardia de nuevo, volviendo a su plan original―. He venido a matarte.
Aquellas palabras cayeron como losas sobre Kohane, a la que embargó de nuevo el miedo. Entonces, un recuerdo de algo similar, de alguien que también le decía que debía morir, saltó a su mente. Con los ojos abiertos por la sorpresa, exclamó:
―¡Eres tú! Tú... ¡El que intentó matarme el otro día, en el ascensor!
El chico parecía ligeramente contrariado ante aquella información.
―Bueno, es cierto que soy tan o aún más apuesto que él... Pero me considero más valiente que ése que intentó matarte tirándote por el hueco del ascensor ―habló con reprobación, como si el método de matar fuera algo interesante en aquel momento ―¿Crees que yo haría una cosa así? Entonces ya te habría tirado hace tiempo por ese balconcito, te tengo justo en la posición exacta... ―Kohane, paralizada como estaba, dio un respingo, y se movió todo lo que pudo hacia el otro lado del balcón. Ya se había olvidado por completo de su plan de escape, estaba aterrada ―. No, yo prefiero métodos más... divertidos.
Sonrió, mientras extraía de un bolsillo del pantalón algo que, en cuanto quedó al alcance de la luz, Kohane identificó como una daga.
Kohane deseó en aquel momento que todo fuera un sueño, una invención suya, creada por tal vez un trauma que le había causado el episodio del ascensor. Deseó estar pasando por aquello mientras dormía feliz y caliente en su cama, sabiendo que a la mañana siguiente despertaría, y que nada de aquello había sido verdad.
―¿Sabes lo que es esto? ―le preguntó, sosteniendo la daga por la punta afilada, permitiendo que la hoja reluciera, reflejando la luz de la luna.
―No me tomes por tonta ―musitó ella, estremeciéndose.
Rió quedamente.
―Tienes razón, eres sorprendentemente inteligente. Más que un humano normal, vamos ―la miró como si hubiera un significado oculto en la frase―. Sin embargo, te gusta mucho soñar despierta.
Kohane no podía dejar de mirar aquella daga engañosa, que pendía de los dedos del chico igual que pendía su vida en aquel momento. Si al menos se hubiera esforzado más en su entrenamiento...
―De... ¿De qué hablas? ―le preguntó, cautelosa, más atenta a la daga que a la conversación.
―Esto no es ningún sueño, Kohane. Me parece muy exagerado que pienses que podrías conmigo si estuvieras en mejores condiciones. Sinceramente, lo dudo ―habló con tono de reproche condescendiente, como quien regaña pacientemente a un niño.
La respiración de Kohane se detuvo de golpe, cogida por sorpresa. ¿Cómo sabía... lo que había estado pensando? En el fondo no era tan raro, se dijo, pues ella misma podía hacerlo. Pero... ¿Cómo era posible, si ella no podía oírlo a él?
Volvió a sorprenderse. ¿No podía oír sus pensamientos? Lo comprobó, prestó suma atención al torrente de sensaciones que le llegaban en forma de ondas de pensamientos a la mente, pero la más fuerte se encontraba a cien metros de distancia, por lo menos. Eso le resultaba sumamente familiar...
Cayó en la cuenta con un jadeo. Tampoco, a pesar de lo que se había esforzado, había sido capaz de oír los pensamientos de aquel ser oscuro que la había atacado en el ascensor. Aquel nuevo descubrimiento la hizo ponerse aún más en guardia, aunque no sabía si podía estar más atenta al peligro aún.
El joven parecía divertido, aunque aquello no era ninguna novedad. Desde que había llegado, sonreía como si todo le resultara tremendamente divertido... Y seguramente así era, para él. Por desgracia, Kohane no podía opinar lo mismo.
―¿Te he sorprendido? ―preguntó entonces―. Vamos, no me digas que te sorprende algo que tú misma puedes hacer.
¡Lo sabía absolutamente todo! Aquello empezaba a ser verdaderamente preocupante. ¿Podría ser él la presencia que había sentido en el tren, al ir a clase, espiándola? Era una posibilidad, y la tendría en cuenta.
―Vamos, vamos, ¡claro que lo sé todo! Me lo pones terriblemente fácil, tanto que aburre. ¿Hace cuánto exactamente que sabes lo que puedes hacer? ―preguntó, y luego sonrió como si hubiera recibido una revelación― ¿Unas semanas tan sólo?
―¡Lo has vuelto a hacer! ―protestó ella, poniendo por fin su confusión en palabras.
―¿El qué? ―su sonrisa se borró en un momento de confusión, para luego reaparecer ―¡Ah! Ya te he dicho que me lo pones terriblemente fácil...
Kohane no entendía a qué se refería con aquello, pero tenía preguntas más importantes que hacer en aquel momento.
Aunque, si era verdad que iba a morir aquella noche... ¿Qué más daba lo que averiguara?
¡No! No podía tener aquella clase de pensamientos. Lucharía con todas sus fuerzas, se defendería hasta el final. Alzó las alas en actitud amenazante, y el chico no pareció sorprendido en absoluto ante el gesto. Claro, no podía ver las alas ni el brillo...
―Oye, creía que ya había quedado claro que tengo absoluta percepción de tu verdadera forma ¿no? ―la contradijo él. De repente, parecía tremendamente aburrido.
La chica maldijo en silencio. Entonces, ¿lo sabía todo? Ya no sabía qué hacer...
―Al final va a resultar que no soy tan lista, ¿verdad? ―dijo Kohane.
Sí que era preocupante la situación... Ella, que nunca mostraba sus emociones, se había vuelto sarcástica.
―No, te conozco muy bien, y sé que la inocencia es una de tus adorables cualidades ―admitió él, con otra de sus sonrisas burlonas torcidas―. Y siempre has sido sarcástica, aunque tampoco sería muy raro que el estado de shock produjera cambios radicales en la personalidad del sujeto... ―añadió, más pensando para sí que otra cosa.
Kohane frunció el ceño, confusa.
―Espera, espera, espera un momento... ¿Ya me conocías?
En respuesta, él se volvió a reír. Kohane estaba empezando a odiar con todas sus fuerzas aquella risa de superioridad...
―¿Qué si ya te conocía? Bueno, podría decirse que sí, que te conozco tan bien o más que a mí mismo, pero a la vez tampoco te conozco en absoluto.
Se acercó más a ella, con una expresión ligeramente curiosa en la mirada, en aquellos ojos hipnotizantes, y Kohane retrocedió, moviéndose aún más hacia la derecha, y acercándose unos centímetros a la pared del edificio. Un poco más, sólo un poco más...
―Eres tremendamente interesante, ¿sabes? ―añadió de pronto, frunciendo el ceño.
―¿De qué hablas? ―se extrañó Kohane. ¿Ella interesante?
Zero sonrió condescendientemente, mientras daba otro paso hacia ella. En respuesta, las piernas de Kohane la impulsaron aún más hacia atrás. El corazón le latía desbocado, y lo notaba como si lo tuviera en la garganta, a punto de escaparse de su pecho.
―¿No te lo crees? Es cierto ―aseguró―, eres muy interesante. Es inexplicable incluso para mí que... ―iba a decir algo, pero se calló.
Kohane iba a decir algo, pero él le puso un dedo en la boca dulcemente, para callarla. Ella se estremeció ante el contacto. Era la primera vez que la tocaba desde que había llegado. Sentía en sus labios la calidez de la mano de él, y a la vez notaba el contacto gélido y electrizante.
El chico alzó la mano en la que aún seguía sosteniendo la fatal daga, y Kohane no pudo evitar que un gemido asustado se le escapara de la boca, a pesar de la presa del dedo de él. Lo sostuvo a la altura de su garganta, y posó delicadamente la punta de la daga en su cuello, sin llegar a presionar. La chica notaba el contacto punzante, pero no se atrevió a alzar la mano para apartarlo. Él deslizó la daga por su cuello, hacia su pecho, y ella se estremeció, cerrando los ojos.
Zero estaba muy inclinado hacia ella en ese momento. Tanto, que podía sentir su respiración... En esos momentos sólo podía oír el ruido que hacía su corazón al latir cien veces más rápido de lo normal.
―¿Ves? Tu reacción es tremendamente interesante... ―murmuró él en su oído, y Kohane, pegando un respingo, se apartó de él, acabando pegada a la pared del edificio.
¡Lo había conseguido! Observó triunfal, esperando que con lo que fuera una cara de póker, la mirada divertida del joven, que había recuperado su sonrisa torcida y burlona.
Buscó cualquier cosa que decirle. Algo para distraerlo.
―Ehm... Es una pena que tengas que matar a una persona tan interesante, ¿no? ―había vuelto a recurrir al sarcasmo.
Aquello hizo que él se volviera a reír.
―¿Y quién te ha dicho que tuviera intención de llevar a cabo mi cometido?
La mente de Kohane se quedó en blanco, confusa.
―¿Eh...? ―fue todo lo que acertó a decir.
A su mente estaba llegando un rayo de esperanza que no había llegado a aparecer cuando había llegado a cabo su primera parte del plan con éxito. Un rayo de esperanza demasiado prematuro, que podría romperse como la porcelana china, y aquello sería tremendamente desalentador, por lo que intentó acallarlo.
El chico fijó sus ojos en los de ella.
―Es cierto que me han ordenado matarte... Pero ―añadió, haciendo girar la daga entre sus dedos― me parece mucho más entretenido conservarte con vida. Sería una pena que algo tan misterioso muriera... Alguien que piensa que puede tirarme por la balaustrada y que sirva de algo ―añadió lo último con burla, riéndose de ella.
La última parte destrozó toda la confianza que había acumulado Kohane. La felicidad que le había creado la afirmación de que iba a vivir más que aquella noche de luna llena había sido empañada por el descubrimiento de que había desbaratado su plan. ¿Cómo no iba a hacerlo?, se dijo ésta, dándose cuenta de golpe, ¿Si al parecer podía leerle la mente? Desde luego, inocente era, y un rato...
Pero... Que hubiera destrozado lo que planeaba no era tan malo si, en el fondo, su cometido se cumplía de todas formas. Además, no era tan malo que nadie saliera herido. Desde luego, no le había hecho gracia haberse propuesto tirar a alguien por un balcón, por lo que aquello implicaba.
―Sí, sí que eres inocente ―dijo él distraídamente, como hablando para sí ―. ¿Crees que aunque me tiraras por le balcón te librarías de mí?
No... Por supuesto que no, si en el fondo él era el mismo que la sombra oscura, conclusión a la que había llegado hacía poco Kohane, encontraría la forma de librarse de la ley de la gravedad y así librarse de una muerte segura.
―Oh, deja de ensimismarte con cosas absurdas. ¿Sigues pensando que soy ese anticuado del otro día? ―comentó, aburrido.
―Sí.
A Kohane ya no le sorprendió que respondiera a sus pensamientos igual que si se lo hubiera escuchado decir con palabras. Se preguntó si algo podría volver a sorprenderle después de aquella noche...
Él reía, otra vez en respuesta a sus pensamientos. Kohane se desesperó.
―¿Cómo lo haces?
―¿El qué? ―parecía sorprendido por la pregunta aunque, por supuesto, fingía.
―Eso, leerme la mente.
―Yo no leo la mente. Escucho tus pensamientos. Son cosas diferentes ―la contradijo él.
Decía exactamente lo que le había dicho Venus...
―¿Qué eres? ―preguntó, al igual que preguntó la primera vez que le había visto.
Zero suspiró, y se llevó una mano a la cabeza, apartándose el oscuro pelo rebelde. Alzó la mirada a las estrellas.
―Ya te he respondido a eso. Soy Zero.
―No me refiero a eso ―le atajó Kohane―. Me refiero a qué eres, no a quién. Por ejemplo: Yo soy una humana. ¿Qué eres tú?
―Pongo en duda ese ejemplo tuyo ―dijo él con una risa―. Pero podría decirse que yo soy lo mismo que tú. O, si te gusta la filosofía, soy tu perdición...
Sus ojos perforaron los de Kohane, y ésta, incapaz de apartar la mirada de él, no pudo más que observarlos, otra vez aquellos ojos magnéticos, hipnotizantes, que la atraían hacia él como un poderoso imán con la fuerza de...
―Me gustaría proponerte un trato ―interrumpió él sus ensoñaciones, devolviéndola con un golpe a la cruda realidad.
¿Para qué pedía permiso o proponía tratos o lo que fuera después de haberse colado en su casa?, se preguntó Kohane, empezando a sentir un fuerte dolor de cabeza, debido al cansancio acumulado. Puso un gesto de fastidio.
―Adelante ―agitó la mano, indicándole que continuara.
Él sonrió, y se acercó otra vez a ella. Por alguna extraña razón, aquella vez Kohane no sintió ninguna amenaza, por lo que no se apartó. Además, no tenía a donde apartarse, advirtió, notando lo pegada que estaba a la pared.
―Aún tengo la orden de matarte, y podría cumplirla en cualquier momento ―dijo él, pero añadió, antes de que Kohane pudiera llegar a protestar―. Pero, te propongo un trato gracias al cual no lo haré. Ya te he dicho que me resultas tremendamente interesante... Y por eso me gustaría conocerte. Seamos amigos, ¿qué te parece? ―concluyó, con una parodia de sonrisa amable.
―¿Perdón? ―se extrañó Kohane.
―Aún tengo orden de matarte, y podría incumplirla ―empezó Zero a repetir lo mismo.
―Sí, sí, lo había entendido la primera vez ―le frenó Kohane―. Pero no lo comprendo...
―No hace falta que lo comprendas, no todavía ―se divertía de nuevo―. ¿Aceptas el trato o no?
Volvió a alzar la daga, aunque esa vez no realizó ningún gesto amenazador con ella, sino que se dedicó a juguetear con ella, pero Kohane veía muy bien la amenaza implícita en esas acciones.
―Supongo que sí... ―se rindió con un suspiro.
Le resultaba tremendamente complicado entender a aquel chico. Su voluntad y deseos iban y venían, como una hoja juguetona al viento.
―Bien... ―sonrió él, revolviéndole el pelo.
Kohane se quejó y se apartó, peinándose como pudo. Él se rió quedamente.
―Bueno, pues... Nos veremos dentro de poco ―dijo él, con un tono un tanto teatral.
Para luego saltar por la barandilla del balcón.
Kohane ahogó un grito, y corrió a asomarse a la balaustrada.
―¡Zero! ―gritó, pronunciando su nombre por primera vez, preocupada sin poder remediarlo.
No vislumbró a ningún chico caer, ni nada se le pareciera. Es más, la noche estaba tan en calma como si allí no hubiera ocurrido nada. Incluso el viento, que tan fuerte había soplado hacía un rato, se había detenido para dar lugar a una pacífica noche de luna llena.
Kohane suspiró, encogiéndose de hombros, y se apoyó en la barandilla, contemplando la luna. Brillaba con fuerza, igual que sus inútiles alas.
Se quedó allí un rato más, observando la luna y dándole vueltas a lo que acababa de ocurrir, sin terminar de comprenderlo. Al final, cuando el frío le hizo estremecerse, volvió a entrar en su habitación, cerrando la puerta al balcón tras de sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario